Pase lo que pase el 22 de noviembre, es preciso saber – entender que el liberalismo conservador gobernará los dos distritos económicamente más vigorosos del país: la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la provincia homónima.
Ha sido una decisión de los pueblos de ambos estados. La votación del 25 de Octubre configuró un mapa político de difícil absorción para el peronismo en particular y para el Movimiento Nacional en su conjunto.
Vale consignar que, pese a todo, tras 12 años de gobierno el Frente para la Victoria resultó nuevamente la vertiente más votada a nivel nacional. En un país donde gestiones previas adelantaron traspasos o salieron raudamente por los aires, es un dato de importancia.
También, que la base social histórica del espacio nacional – popular se sostuvo. Existe una convicción honda en las franjas más humildes del pueblo argentino destinada a promover el crecimiento industrial con justicia social. Esta zona de la comunidad contiene, hoy como ayer, a casi el 40 por ciento de la ciudadanía.
Sin embargo, el empate general entre el Proyecto nacional – popular y el liberal – conservador ha originado un impacto considerable y proyecta un futuro complejo. Vamos a algunas causas de esta situación para atisbar sus derivaciones.
El PRO, con sagacidad, logró canalizar el voto radical de Viejo Tronco que andaba a la deriva tras el fracaso rotundo del delarruismo. Con matriz liberal alvearista y hondo antiperonismo, admitió la orientación de Ernesto Sanz y se entregó a sus adversarios de un siglo atrás, cuando el antiirigoyenismo era bandera.
El Frente Renovador, sin adentrarse en sesudas elaboraciones económicas, se nutrió de un voto peronista con esencia duhaldista; le ofreció discursos contundentes sobre seguridad, presencia militar interior, y se amparó en cierto tono de continuidad de algunos aspectos cautivantes para el bolsillo promedio.
El grueso de sus votantes surgió del Frente para la Victoria, lo cual explica la distancia entre un 50 por ciento largo de aprobación para la Década Ganada y este escuálido 37 por ciento obtenido por la fórmula Daniel Scioli – Carlos Zannini.
Puede indicarse también que la figura del candidato presidencial y hasta ahora gobernador bonaerense ha carecido del poder de atracción necesario para atrapar segmentos que le permitan trascender la base histórica. Asimismo, que las diferencias internas contribuyeron a la ausencia de amplios batallones militantes en la campaña.
Si bien en las causas que venimos recorriendo hay responsabilidades compartidas por los protagonistas, el resultado evidencia falencias en la cúspide. Cuando hay un problema de iluminación en una película, la defección está en el iluminador… pero sobre todo en el director que la dejó transcurrir sin corrección.
Ahora bien, ingresamos así en la región más cenagosa y difícil de este período electoral: el distrito bonaerense. Por un lado, es evidente que desde Quilmes a La Plata, una parte del pueblo tomó en cuenta las objeciones a la trayectoria del candidato del Frente para la Victoria Aníbal Fernández.
Esa zona conoce directamente al postulante. Parece haber indicado: lo aceptamos como funcionario, lo registramos como senador, pero no lo queremos en cargos ejecutivos, manejando instituciones, definiendo rumbos. Es un mensaje fuerte -por tratarse de la provincia peronista por excelencia, digamos fortísimo- de la población.
Está claro que ese aura perjudicial se vio acompasado por el pragmatismo -ineficaz- de varios intendentes, por la resolución dañina de las internas y por la reacción al tono avasallador de un dirigente que da la sensación de menoscabar todas las objeciones que le llegan.
En concreto, el pueblo argentino, que históricamente vota populismo de centroizquierda, no encontró un candidato que ofreciera ese perfil, y desparramó sus opciones entre candidatos que, aunque enoje admitirlo, se asemejaban bastante.
Vamos entonces a defecciones de construcción previas a la entronización de la actual fórmula, que deberá extremar esfuerzos para salir airosa en noviembre. La más trascendente es el andar incompleto en el área cultural comunicacional. Se acorraló a los grandes medios pero no se construyó una trama alterna, potente.
Así, tras la sanción de la excelente Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, las empresas concentradas redoblaron su sesgo opositor pero encontraron una tenue respuesta, con cierta verticalidad morosa y sin agudeza, por parte de medios regenteados por administradores burocratizados y sin anclaje social.
El otro factor de interés es la imposibilidad de contener espacios políticos, sociales y sindicales importantes que zarparon con rumbo neo peronista, se ausentaron de la contienda o derraparon directamente en el universo liberal – conservador.
De Lavagna a Schmidt, de Solá a Fernández (UTA), por identificar nominal e injustamente, se fueron escurriendo espacios que -de haber sido “atendidos” adecuadamente- podrían haber contribuido al volumen de juego del oficialismo.
Y en ese marco, La Cámpora. Una organización cerrada, cuyo foco pretendió ignorar a través de la Televisión Pública la mera presencia de otras organizaciones en los grandes actos de Plaza de Mayo, que llegó a determinar el silencio de dirigentes peronistas y kirchneristas en encuentros públicos, que logró establecerse como filtro para la contratación de personal en áreas del Estado.
Es decir, guste o no, que generó rechazo más allá de levantar banderas justas y reivindicables. Es tiempo de ver estas cosas, mirar hacia dentro y modificarlas, precisamente -y valga la reiteración- porque hay tiempo. De otro modo, se caerá en la sencilla decisión de juzgar al electorado, en lugar de persuadirlo.
Conducir es persuadir, señalaba Juan Domingo Perón. Paradójicamente, su origen militar lo orientó al conocimiento de la táctica por encima de las órdenes directas. Cuando se pretende dar instrucciones que no se comprenden, decía, el que escucha hace cualquier cosa, o no hace nada. Cuando las entiende, recuerda que tiene el bastón de mariscal en su mochila. Y se convierte, también, en conductor.
Así las cosas, y con todo, el peronismo kirchnerista ha puesto de pie una nación. Lo que otrora era desindustrialización, desempleo y desolación, hoy es un país pujante, mejor, activo. Ese balance justo y contundente amerita resolver situaciones, modificar trazos, avanzar. Bregar por una segunda vuelta que permita continuar la gestión nacional – popular e inhabilite un eventual gobierno del Partido del Ajuste.
Esto cuenta para el conjunto del pueblo trabajador, y muy especialmente para aquellos nucleados en emprendimientos sociales, cooperativas, empresas recuperadas. Esta franja dinámica de la economía, que gesta producción de calidad pero también numerosos puestos de trabajo, tendrá serias dificultades si el liberalismo – conservador que encarna el macrismo se impone.
Frente a una filosofía que da cuenta de la necesidad de integrar, bajo el mando rector e intervencionista del Estado, a las iniciativas sociales y las privadas en un juego económico asentado sobre el mercado interno, la priorización de las firmas concentradas puede resultar devastador. Tenemos la percepción que muchos involucrados aún no han reflexionado a fondo sobre este punto.
Un dato más: de la lectura de los resultados bonaerenses, se puede inferir no sólo el visible rechazo a Aníbal, sino también un corte de boleta elevado contra Macri. Aunque no haya sido reflejado: Vidal sacó muchos más sufragios que el líder del PRO. No es un factor desdeñable a la hora de analizar las perspectivas.
La elección en la Argentina es trascendente a nivel internacional. Se trata de uno de los articuladores del Unasur, impulsor del Mercosur, contacto eficaz con China y Rusia. Vínculo directo con el Papa Francisco. El mundo observa, y quienes creen en el futuro de la multilateralidad, apuestan por la continuidad del peronismo.
Como se ha dicho en un gracioso episodio televisivo, la fórmula Scioli – Zannini “todavía sirve… todavía sirve”.
Nos va mucho en eso.
* Por Gabriel Fernández
Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica / Conductor de «Terapia de Grupo» por AM770