Enmudeció su voz insuperable. Su agudeza. Su capacidad para entretener. La muerte se llevó su magia. Pero como siempre, la igualitaria, la que nos lleva a todos, aunque de diferentes formas y a distintas edades, no podrá arrancarnos de nuestra memoria, su calidez, su gusto por la conversación, la capacidad de atraparnos con textos leídos con su dicción impecable y su capacidad interpretativa. Se fue Betty Elizalde y a la radio se le escapa un lagrimón.
La conocí en la casa de Orlando Barone y Beatriz Trento, en una cena en que también estaba Sylvina Walger. Era el 2000 y el país carecía de presente y futuro. La reunión tuvo rispideces como consecuencia de las diferentes visiones políticas. A partir de entonces establecimos una relación por la cual, en su enorme generosidad, muchas veces leyó textos que escribí; o me sacaba al aire, o me invitaba a su programa en Radio Ciudad y luego en Radio Cooperativa. A su vez, se subió a EL TREN en reiteradas oportunidades; a veces sola, a veces con amigos como Carlos Ulanovsky. Compartimos durante varios años la grilla de Radio Cooperativa. Pero por encima de los encuentros públicos, fueron largas conversaciones telefónicas nocturnas las que cimentaron la relación de afecto mutuo. Alguna vez se vino hasta Marcos Paz a compartir un asado.
Se definía como la charleta de la radio, o la vieja dama indigna, o con modestia como una paraperiodista. En el proceso de nacionalización de las clases medias de los setenta militó en la juventud peronista.
Sabía de su enfermedad y de su lucha. Cuando decidió concluir su carrera radial lo conversamos largamente. El ritmo diario alocado llevó a que en los últimos meses no nos comunicáramos. Estaba por acudir a un nuevo llamado telefónico cuando escuché el mensaje que les enviaba el plantel de River como aliento para su restablecimiento y su pronta recuperación. Leí que comentó: “Gracias a todo el plantel por sus hermosas palabras. Mi primera foto fue a los 8 meses con una pelota de River”.
Le mandé entonces un wasap en que recordaba que cuando tuve que atravesar un cáncer y volvía un lunes feriado de octubre para operarme al día siguiente, escuché su voz por la radio que me deseaba suerte. Para darle fuerzas, le decía que estaba bien después de 13 años y esperaba que el aliento que le enviaba le fuera tan útil como el que me resultó a mí el suyo. Le decía también si podía llamarla por teléfono a su celular. Los acontecimientos se precipitaron y no hubo respuestas. El martes pasado llamé a su casa y me contestó la empleada que me dijo que jueves o viernes volvería a su hogar. El feriado del viernes trajo la noticia indeseada: regresaría, pero de la peor manera.
Alguna grabación nos traerá ahora el recuerdo de sus notables reportajes. La memoria nos recordará su enorme amor por la lectura. Aquella afirmación que hoy cobra especial significado: “No sé cómo sería la vida sin la radio”. O parodiando aquella afirmación de un personaje de una novela de Osvaldo Soriano que decía: “Nunca me metí en política, siempre fui peronista”, sostenía: “Yo nunca trabajé, siempre hice radio”
De sus programas exitosos, de su voz sensual, de las “Siete lunas de Crandall”, de sus distintos programas radiales y televisivos se ocuparon las necrológicas. Esta despedida sólo la recuerda en todo lo que tuvo de proximidad.
Amo la radio y quise mucho a Betty. Muchas veces fui a ver sus programas para aprender, aunque sea un poquito de su inmensa sabiduría radial.
Hasta aquí mi recuerdo y algunas lágrimas. La imposibilidad de una última conversación. Murió Beatriz Deolinda Bistagnino. Betty Elizalde está para siempre en la historia de la radio con los “Locos de la Azotea.”
En su memoria sólo cabe el recuerdo y un inmenso silencio de radio.
Por Hugo Presman, conductor de «El Tren»