Siempre estuvo ahí. Como hoy que es pequeña, portable, transistorizada, digital, de bellas formas.
Siempre estuvo ahí. Acompañando, entreteniendo, informando. A veces, reflexionando.
Pasó del comedor o la cocina y localizada en un lugar fijo, a recorrer las calles en un bolsillo con los auriculares en las orejas del oyente.
Siempre estuvo ahí. En la pelea Firpo – Dempsey en 1923. En las carreras de Fangio en Europa. Cuando Pascualito Pérez ganó el título mundial mosca en Tokio en 1954. En los boletines de la guerra.
En aquel sábado 26 de julio, cuando a las 20,25 medio país lloraba y otro medio país sentía alivio, recuerdo el escenario como si fuera hoy: en Jubileo, Entre Ríos, ese pueblo caído del mapa donde pasé los primeros años de mi infancia, el único contacto con el mundo era la RCA Víctor a batería. La noticia se escuchó en una cerrada noche de invierno, mientras cenaba con mis padres, pertenecientes a la clase media antiperonista. Yo tenía 7 años. El silencio invadió el ambiente alumbrado con faroles a kerosene. Una pregunta rompió el clima que provocaba la noticia. El niño preguntó: ¿Quién le cocinará ahora a Perón?
Siempre estuvo ahí. Esperándome al regreso de la escuela, o a la vuelta del campito donde la pelota era el único juguete disponible e imprescindible. Escuchando los pasos de Tarzán en la selva, o luchando contra las momias, en habitaciones en donde subía el piso o bajaba el techo y había que esperar hasta el día siguiente, a las seis de la tarde, para saber qué suerte correría el héroe. El café con leche con pan y manteca, a veces con jalvá, que muchos años después se llamó Mantecol, mientras me angustiaban las desventuras del León de Francia.
Siempre estuvo ahí. Los jueves a las 21 horas, y los domingos a las 12,30 horas con los programas emblemáticos de Jabón Federal.
Siempre estuvo ahí. En el relato de los abuelos venidos de Rusia a las colonias judías de Entre Ríos. En una de ellas, Colonia López, donde se habían asentado, un vecino trajo la primera radio e invitó a los demás colonos a escuchar algo que sonaba a mágico y sorprendente. Por esos azares el aparato no funcionó. Uno de los invitados, con aire sobrador le dijo con sorna al dueño de casa: “¿Como podés creer que de ese cajón va a salir una voz?”
Siempre estuvo ahí. Desarrollando nuestra imaginación, alentando la curiosidad.
Siempre estuvo ahí. En las transmisiones de fútbol de los domingos. Con Fioravanti, con Aróstegui, con Lalo Pelliciari, con Bernardino Veiga. En aquel mundo mucho más ingenuo, el niño de Jubileo se preguntaba si el partido se suspendía cuando se pasaba la publicidad. Aquel cándido interrogante infantil se transformaría en realidad, parcialmente, cinco décadas más tarde con el reinado omnímodo de la televisión.
Siempre estuvo ahí. Con “Los Pérez García”, con “El Glostora Tango Club”, con”La Craneoteca de los Genios” de Tincho Zabala y Marianito Bauzá, con la genial “Catita” de Niní Marshall o el “Felipe” de Luis Sandrini.
Siempre estuvo ahí. Con “La Revista Dislocada”, en las largas transmisiones del escrutinio de las elecciones con tres mesas de Paraná, dos de Comodoro Rivadavia, tres mesas femeninas de Almagro y dos masculinas de San Miguel de Tucumán. No había encuestas, bocas de urna, ni analistas de tendencias.
Siempre estuvo ahí. En los partes militares, en los derrocamientos de los gobiernos elegidos con y sin proscripciones, en la lucha de azules y colorados.
Siempre estuvo ahí. Con el cine Lux de los sábados a la noche.
Siempre estuvo ahí. En los campeonatos mundiales de fútbol, en el comunicado a las tres de la mañana del 24 de marzo que inició un silencio de radio durante los años de plomo, o en los partes victoriosos de la guerra de Malvinas.
Siempre estuvo ahí. Con las voces emblemáticas de Cacho Fontana, Héctor Larrea, Antonio Carrizo, Julio Cesar Barton, Juan Alberto Badia, Quique Pesoa. Con las noches románticas y perturbadoras de Betty Elizalde, Nora Perlé y Nucha Amengual. La revolución del estilo y las formas que llegó con Hugo Guerrero Marthineitz. El nacimiento de la radio intimista que no hablaba a la audiencia sino a cada escuchador.
Siempre estuvo ahí. Cuando había que madrugar los sábados a la mañana, con la dictadura criminal en retroceso, para escuchar cosas sorprendentes, en ese programa insólito de un tal Eduardo Aliverti, una voz nacida para la radio, y la dulzura expresiva de Liliana Daunes.
Siempre estuvo ahí. Cuando a partir del 10 de diciembre de 1983 aparecieron nuevas voces en la sorprendente Radio Belgrano dirigida por Daniel Divinsky, que los nostálgicos de la dictadura criminal llamaban Radio Belgrado.
Siempre estuvo ahí. Renaciendo de sus cenizas, cuando la televisión, la hermana menor y prepotente, pensó que se quedaba con todo. Y hoy con los avances tecnológicos de Internet llegando a cualquier lugar del planeta o escuchando en diferido el programa elegido por Radio Cut.
Siempre estuvo ahí. Soportando los malhumores de los dieciocho años sin campeonatos de River. Escuchando desde 1981 al más notable relator de fútbol de todos los tiempos, el uruguayo-argentino Víctor Hugo Morales. Lenguaje rico, metáforas ingeniosas, vuelo poético, para “ver” un partido por radio.
Siempre estará ahí. Distribuyendo música a domicilio en algunas de las frecuencias de FM. La radio es imbatible, aunque se la ningunea en los otros medios. Cambiando con los tiempos. Entretenimiento ayer, periodismo hoy. Recorriendo el camino de las válvulas a los transistores y de éstos a los integrados. De la RCA Víctor a la Spica, de la Hitachi a la Sony. Habiendo pasado por la Tonomac y la Noblex Siete Mares. De la onda corta a la frecuencia modulada. De las radios alternativas por Internet, a las conexiones con cualquier lugar del planeta.
Siempre estará ahí. Con los mensajes de los oyentes, con Vela ayer, y hoy con Ángela de Piñeyro, Marta del Obelisco, Julio de Colegiales, Oscar de Chacarita, Eduardo del Barrio Copello, o Sergio de Monserrat.
Y visto desde la emisión, la magia permanece y se consolida cuando desde el estudio una reflexión, una mesa redonda, un reportaje, lo recibe un trabajador en el campo, un obrero en la fábrica, alguien que lleva la radio al baño, una chica la sintoniza en su celular, caminando o en el colectivo o un automovilista la selecciona en su vehículo.
Siempre estuvo ahí: parafraseando a Jorge Luis Borges, “a mí se me hace cuento que nació en 1920, la juzgo tan eterna como el agua y el aire”
Siempre estuvo ahí: para estimular la imaginación a través de uno de los atributos más maravillosos de los seres humanos: la voz.
Siempre estuvo ahí: y estará para que Carlos Ulanovsky siga haciendo radio al tiempo que escribe su historia.
Siempre estuvo ahí. Porque la locura de “los locos de la azotea” que hicieron la primera transmisión, es contagiosa y se prolonga genéticamente. Pasa de generación en generación. Por eso la radio no deja de ser una adolescente de apenas 100 años, cálida y generosa. La radio, la radio, siempre está y estará ahí.