Como diría Fontanarrosa, uno nunca sabe. Pero bueno, está fresco y por tanto da para dejar que la casa se inunde con la nueva moda del invierno primaveral, preparar unos mates y pensar un poco. Nada del otro mundo en este caso, pero sí adentrarse en un texto hasta descubrir un par de líneas que puedan ayudar.
La verdad, Muñoz, estoy podrido de Macri. Pero no sólo del Macri promovido por La Nación y su pléyade de alcahuetes; estoy podrido, también, del Macri malo que difunden nuestros compañeros. Puede ser negación, claro, pero me hace acordar a aquella publicidad de Gillete: “tanta propaganda, tanta propaganda al final me lo hicieron comprar”.
No digo que esté mal señalar quién es, cuál es su verdadero proyecto más allá de la estatua del general y ¡la asignación universal!, de Martínez de Hoz, Cavallo y López Murphy –hoy en la radio me contaba un compañero, desde España, que el bull dog preside el comité pro PRO en la península-. Bueno, pero ando con ganas de proponer algo incorrecto que , sin embargo, puede contagiar.
¿Saben qué quiero? Una promoción sciolista que me capture. Que me convenza a mí, que vengo bien convencido. Al revés de todos los sabihondos de la publicidad. Quiero una publicidad del Frente para la Victoria que me explique cuánto podemos crecer si seguimos creciendo. Entre nosotros, tengo la percepción que el entusiasmo se contagia. Que la algarabía que el peronismo sabe generar cuando cree fervientemente en algo, atrapa otros corazones.
Siempre soñé con qué carajo hubiera pasado si en 1955, en lugar de quebrarse la institucionalidad de modo abrupto, se hubiera procedido a seguir simplemente el proceso electoral. Imaginé una nueva etapa industrial, alza del consumo reverberante, mesetas preocupantes, salidas victoriosas. Imaginé el desarrollo de la industria aeronáutica, de la automovilística, de le medicinal. Imaginé un crecimiento salarial progresivo que alejara definitivamente a mi familia de las dificultades.
Todo eso lo soñé, sinceramente, a través de la añoranza de lo no ocurrido en boca de mi padre. Por eso ahora, que todavía no ha acaecido nada realmente grave, quiero imaginarlo en concreto, con posibilidades de plasmarlo, para el próximo decenio. Quiero desear –y contagiar para que todos deseen conmigo- una Argentina que siga creciendo en el ingreso masivo hasta obligar a la producción local a generarlo todo, como China.
Sobre fines de los 90 y comienzos de siglo, una de mis muy variadas preocupaciones, además de cubrir las estrechas expensas de la casa, era que así como venía la cosa, mi hijo no podría conocer el esplendor de la noche porteña, las posibilidades del cine nacional, el encuentro con amigos más allá del precio de una picada. Temía que el pibe no tuviera el dinero suficiente para ir a la cancha. Hoy, sin grandes ingresos, tiene todas esas sencillas puertas abiertas. Y estudia.
Quiero seguir anhelando que los umbrales de esos pasajes no queden enmohecidos por la ausencia de transeúntes. Mi proyecto es que se lancen muchos más satélites ARSAT –cuetes, les decíamos, cuando los imaginábamos sólo para yanquis y rusos-, que se fabriquen más vehículos y mesas y mates y multiprocesadoras y chancletas y envases y aires acondicionados y libros y zapatos y camisas y sillas y lámparas y aviones y barcos.
Quiero una promoción sciolista que me prometa todo eso, porque ya lo venimos haciendo y lo podemos multiplicar. Necesito que el candidato me cautive para poder cautivar y me muestre un horizonte veraz, asentado en lo realizado. Una suerte de futuro que nace del presente. Quiero que todo el país vea lo que podemos hacer los argentinos si y solo si seguimos adelante con un Proyecto Nacional Industrial, orientado por la inversión del Estado.
Recuerdo la apasionada lectura del mejor libro de mi amigo Norberto Galasso: “Jauretche, de Yrigoyen a Perón”. Rozando la mitad del texto, se cuentan los logros del peronismo a través de la vida cotidiana en la Argentina. ¡Cómo envidié, cómo releí esas páginas, imaginando un presente equivalente! En aquellos tristes años del ajuste liberal soñé, de la mano del historiador, con un país donde se pudiera cada tanto ir a un restaurante, o concurrir a un teatro con la compañera.
Al tiempo de andar este vituperado kirchnerismo, me encontré con que en los alrededores se estaba viviendo algo semejante. Me sorprendí diciendo a mi pibe ¿querés ir a comer algo? Me emocioné al comprender que una presencia en el estadio del Bosque dependía solamente de coordinar horarios, no de juntar las monedas para acceder a una inaccesible entrada. ¡Me sorprendí viviendo el peronismo que había anhelado, mientras escuchaba algunos boludos decir “esto no es peronismo”!
Esta campañita que estamos atisbando, que no va más allá de conservar lo logrado y de identificar al líder porteño con Montgomery Burns, no me enamora. Quiero un giro profundo en la comunicación del Frente para la Victoria, no ya pensando en los pavos que ni saben por qué morfan todos los días, sino pensando en mí. Con acento arbitrario e individual, exijo que aviven la pasión para entonces sí, los Nosotros, podamos insuflar llamaradas de convicción sobre el conjunto de una sociedad que se viene enfriando.
Las expresiones referidas al Pasado suenan huecas si no contienen la opción, el Futuro.
Un nuevo debate existencial emerge a raíz de estas observaciones, muy lejos de filósofos que poco saben y de politólogos que saben menos: ni somos nuestra historia, ni somos lo que hacemos, aunque también. En realidad Somos lo que Deseamos Ser. Y cuando el Pueblo encuentra el camino para concretar sus Deseos, agarrate.
Sigan hablando de lo malo que es Macri, vamos a estar de acuerdo. Pero tomen en cuenta que el horizonte es la construcción de un lugar maravilloso para vivir.
*Por Gabriel Fernández
Director La Señal Medios / Área Periodística Radio Grafica FM 89.3 / Conductor de «Terapia de Grupo» en AM770