Hay numerosas definiciones de política; la más frecuente es aquella que sostiene “Hacer posible lo necesario”. Más precisa aplicada a nuestro país es la definición de Michel Foucault: “Es la disputa por el sentido de una sociedad”. Y esa disputa que en nuestro país es en realidad una fractura y no una grieta, expresa el enfrentamiento entre dos modelos. No hay duda qué la política es el medio insustituible de las transformaciones o de las regresiones. La política es la herramienta, y luego las sociedades eligen quién maneja esa herramienta. En manos de los gobernantes, según sea el modelo que representan, irán al norte o al sur. Un camino tortuoso de destrucción y reconstrucción. Es verdad lo que Juan Carlos Portantiero denominó “empate hegemónico” sólo en el sentido que ninguno de los contendientes consigue imponerse definitivamente; pero si se toma la diferencia de goles, hay uno que gana por goleada mientras que el otro, cuando le toca gobernar, tiene que sacar la pelota de más atrás y cada vez desde un lugar más más bajo en la tabla de posiciones. Mientras tanto, tendrá enfrente a la inmensa mayoría del poder económico, nacional e internacional, el mediático y el judicial. En otras épocas, también el militar.
El excepcional dirigente sindical Germán Abdala, afirmaba: “La política es la herramienta que tenemos los pueblos para cambiar la sociedad en la que vivimos…”
Lo que padece hoy la Argentina es una fractura insuperable que se ha exteriorizado brutalmente en medio de la simultaneidad de una catástrofe sanitaria y económica sin precedentes. En una guerra, hasta los enemigos suelen acordar un alto al fuego. Eso sucedió en los primeros meses de la pandemia, en donde la oposición mantuvo un apoyo en general y disidencias en cuanto a qué privilegiar en lo particular. Desde las filas oficialistas se avizoró el temor de estar potenciando a un potencial candidato opositor en las elecciones del 2023. Si la política podía caer en esa especulación que la conducía a un subsuelo en medio de una crisis planetaria, deja de ser un medio imprescindible para convertirse en una herramienta absolutamente oxidada y desgastada. Pero esto sólo era el prólogo de lo que un año después sería una culminación de lo que alguna vez Hipólito Yrigoyen calificaba como “patéticas miserabilidades”. Pero el camino estuvo abonado por un listado en donde la oposición especialmente perpetró infinidad de actos y declaraciones que literariamente se inscriben en una mezcla de realismo mágico y teatro del absurdo.
Marchas anticuarentenas, infectadura, asimilación al ghetto de Varsovia, celebración de incremento de números de infectados, negación de la pandemia, quema de barbijos, llamados a la desobediencia civil, desacreditación de la vacuna de origen ruso, denuncias al presidente y al ministro de salud por envenenamiento masivo de la población, propaganda y auspicios de posibles remedios no reconocidos por el organismo de contralor. Devaluación de lo propio, exaltación de lo extranjero, tomando algún país como referencia a imitar: para que luego, cuando la realidad empalidece o desmiente lo afirmado, pasar a otro país hasta que la situación lo saca del lugar presuntamente ejemplificador. Los países vecinos o lejanos son maravillosos y el nuestro es un país de mierda. Por eso muchos “patriotas” que forjaron sus inmensas fortunas aquí, se radican en el Uruguay para gozar de una mejor situación impositiva y de libertades que la pandemia un poco más tarde también allí limitó. Desde Manuel Belgrano a Juana Azurduy lloran en la eternidad ante estos compatriotas impresentables. Tanta lucha y desprendimientos para cosechar argentinos que consideran a la patria como un hotel.
El gobierno del Frente de Todos sobrelleva una situación heredada calamitosa y una pandemia arrasadora sin mayores bibliotecas para consultar. El resultado es un deterioro profundo de la situación social que, mérito del gobierno, evitó en la primera ola la implosión sanitaria y social. El avance de la segunda ola pone en un cono de profunda incertidumbre el mantenimiento de ambos logros.
A lo largo de este recorrido el gobierno cometió infinidad de errores, muchos de ellos no forzados. A la presencia de una oposición irracional cuyo símbolo último fue Patricia Bullrich al frente de un pequeño grupo de desaforados insultando al Presidente en las puertas de la Quinta de Olivos, se le sumaron las tensiones de un frente gobernante inédito en donde no se escatima el fuego amigo.
Comunicar una reprogramación de la coparticipación en circunstancias de una quinta presidencial rodeada por un alzamiento policial, comunicándole al jefe de gobierno minutos antes de hacerla pública; anunciar la recepción de millones de vacunas y el plan para su aplicación para antes de fin de año sin la mínima precaución de que dependía de terceros; y a reiterar la promesa incumplida para los dos primeros meses del 2021; establecer restricciones en CABA sin comunicársela previamente al jefe de gobierno de la ciudad, como gentileza elemental manteniendo firme la decisión, forma parte de actitudes que no se compatibilizan con normas de convivencia. A su vez el jefe de gobierno aceptó las primeras restricciones actuales sin ningún convencimiento para llevarlo a la práctica, y luego judicializó un conflicto por el cumplimiento o no de limitación de clases presenciales por cinco días reales, para desactivar su frente interno, mientras la CSJN se toma un tiempo que convertirá su decisión en abstracta.
Si en la recordada resolución 125 no se discutía un incremento de las retenciones sino quién monopolizaba el poder en la Argentina, ahora en otro contexto y en circunstancias mucho más graves, se está dando la misma disputa. El pretexto son las clases presenciales, y ahí detrás de Horacio Rodríguez Larreta se alinea el poder en la Argentina con el respaldo de los medios hegemónicos que siempre han tendido una barrera de teflón sobre este macrista asintomático, que postulan como candidato presidencial para el 2023. Presentado y promovido como hábil administrador, se ha dedicado a mejorar los aspectos cosméticos de la ciudad con el mantenimiento eficiente de plazas y jardines, vocación especial a la renovación permanente y reiterada de veredas. La educación y la salud no han sido sus preocupaciones ni tampoco la ayuda a las PYMES y monotributistas en un territorio autónomo asimilado a una provincia en medio de la pandemia. La ciudad pasó a ser un gran negocio inmobiliario con proyectos chiquitos pero efectivos que fueron desde el metrobús a las bicisendas. Acosado por el sector duro de su partido, su vestido de paloma trocó en un ropaje de halcón. Durante un lapso prolongado practicó el discurso de Cambiemos con indudable eficacia: diálogo, consenso, trabajo en equipo, defender valores, manos limpias, pensar en la gente, levantar banderas innegociables como la libertad, la república, la división de poderes y la defensa de la Constitución. En la práctica, la realidad desmintió lo enunciado. El extraordinario dinamismo de Patricia Bullrich, con un discurso que por momentos se superpone con el de Jair Bolsonaro y el de Mauricio Macri que intenta volver por la vendetta, lo ha corrido de su eje que hizo de la moderación el mayor atractivo para el electorado fluctuante. Puede colocarlo en las próximas semanas al borde del precipicio si al final sale la bala de la ruleta rusa.
En la otra vereda, Alberto Fernández aportó a la fórmula ganadora lo mismo que Sergio Massa: el enlace con los mismos sectores que pueden votar alternativamente a uno u otros.
Al frente de una coalición inédita, Alberto Fernández recibe permanentemente los misiles de los medios hegemónicos, la irrespetuosidad y el accionar irresponsable de la oposición y del poder económico, a lo que agrega el fuego amigo de los sectores más radicalizados. Como su independencia como presidente está puesta permanentemente en tela de juicio, suele intentar demostrar su autoridad con gestos y decisiones destemplados. La decisión de incrementar las restricciones la realizó con un discurso solitario grabado, por lo que resultan insólito los errores elementales cometidos. Dejó en off-side, en el mismo día, a dos ministros fundamentales como los de Salud y Educación, exteriorizando una dolorosa imagen de Armada Brancaleone en un gobierno que se autocalificó “de los científicos”; no aporto un sólo dato en los que basaba su decisión, recurrió a anécdotas cuestionables, se expresó equivocadamente con relación al personal de salud y a los chicos con discapacidades y no anunció las medidas económicas que atemperaban la situación. Con falta de reflejos recién se informó el día siguiente.
Sobre los mismos disparó Rodríguez Larreta que respondió con un discurso bien esbozado, con afirmaciones numéricas difusas y cuestionables, pero expresadas como incuestionables, llevando la presencialidad en las aulas como “una cuestión de vida o muerte” y asumiendo un papel de defensa de la educación que todo su gobierno y más aún su partido desmiente, el que ha bajado significativamente el presupuesto educativo (según datos del Ministerio de Hacienda y Finanzas de CABA, destinaba en el 2011 el 27,5% del presupuesto a educación y en el 2021 sólo el 17,3%), el que no cubre la demanda de plazas en la educación de CABA. Sin embargo más allá de sus falacias, ese round publicitariamente fue ganado por el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, aunque la razón la tiene el presidente que el devenir de los acontecimientos ratificará. La judicialización de decisiones políticas trae como consecuencia que la justicia intervenga donde ha fracasado la política. A su vez el tironeo entre Nación y CABA, en medio de un escenario sanitario y social que estremece, produce la desazón de la impotencia de la política. Está claro que con los estudiantes como rehenes se da una disputa entre dos concepciones diferentes, pero hay puntos básicos que deberían primar en una situación extrema. O fijar estándares a partir de las cuales se adoptan las decisiones evitando discusiones.
La relación infectados por cada 100.000 habitantes coloca a la Capital y Gran buenos Aires en la imposibilidad de mantener abiertas las escuelas. Alrededor de más de 800 infectados por cada 100.000 habitantes cuando superando los 200 se aconseja el cierre. Ese argumento fundamental que no levantó Fernández y que omitió intencionalmente Larreta, es el meollo del problema. Con un índice cuatro veces menor, se cierran las escuelas en los principales países europeos.
Si Larreta traiciona y al mismo tiempo se presenta como traicionado, usando la pandemia para potenciar su perfil nacional, Fernández suele equivocar los términos: hay que ser duro en las decisiones y amable en los procedimientos. Por razones ya explicadas ha sido varias veces intempestivo en las decisiones , duro en las formas y en varias ocasiones blando en la confirmación de las decisiones tomadas.
La cobardía de la mayor parte de gobernadores e intendentes que no quieren pagar el costo de medidas imprescindibles pero impopulares, es un baldón de los que expresan la política práctica.
Es obvio que hay una relación estrecha entre salud y economía. Pero para los que tienen dudas de su interrelación conviene recordar que mejor es no estar en la escuela, que estar en la morgue.
El conflicto de las clases es también un conflicto de clases. Una sociedad tan desigual como la nuestra, en pandemia acrecienta considerablemente esta situación aberrante. Aunque la presencialidad interrumpida por semana, en pandemia, disminuye considerablemente su eficacia, la virtualidad en los que tienen conectividad, una expresión clara de la desigualdad, no reemplaza a la presencialidad pre-pandemia. Es un pálido sustituto. Ni hablar a los que tienen una virtualidad precaria o una virtualidad compartida o los millones de chicos a los que la escuela le brinda en primer lugar alimentación. El virus pone en evidencia, en profundidad, el retroceso fenomenal de nuestro país.
Un reciente estudio del Observatorio Argentino de Educación, realizado por Sandra Ziegler (FLACSO Argentina), Víctor Volman y Federico Braga revela que en los barrios populares de todo el país, uno de cada cuatro chicos abandonó sus estudios en el 2020 y aún no se sabe si volvieron a la escuela. El 9,1% advirtió que el niño no pretendía volver a la escuela. El 5,1% no realizó tareas escolares en el 2020. Un alto porcentaje (42,3%) le dedicó menos de 3 horas diarias a tener clases o hacer tareas. Casi el 8% no se comunicó nunca con sus docentes, un 9% entró en contacto sólo una vez cada quince días, mientras que sólo un 35% lo pudo hacer todos los días. Los datos se alinean a lo relevado por el Ministerio de Educación nacional a mediados de año pasado: una brecha enorme entre los niveles de continuidad escolar que pudieron seguir chicos de hogares de mayores y menores de ingresos. La otra cara del conflicto de clases. Pero si esto no fuera suficientemente significativo, el 84,4 % de las escuelas que asisten a los alumnos de los barrios populares brindan algún tipo de alimento, ya sea desayuno, almuerzo o merienda. Durante la suspensión de clases, el 43,3% de los estudiantes vio interrumpida la alimentación escolar. Con las escuelas cerradas, afortunadamente la mitad de los chicos recibió asistencia del Estado y de organizaciones sociales, sobre todo en la provisión de alimentos (39,7%), pero también por medio de clases de apoyo (6,4%) y materiales pedagógicos (3,8%).
Cuando pase este tsunami, la sociedad y el Estado tendrá que hacerse cargo de esta tragedia sobreviviente. Inútil será esperar que entre los que más tienen surja el apoyo. Son los que interpusieron recursos ante la justicia para no pagar el impuesto solidario. Algunos de ellos: Héctor Magnetto, José Aranda, Lucio Pagliaro (Los dueños del Multimedio Clarín), Matilde Noble Mitre, Alejandro Saguier (Diario La Nación), María Candelaria Caputo (del grupo Caputo, los amigos íntimos de Mauricio Macri) Constancio Vigil (de la editorial Atlántida), Martín y Eduardo Kalpakian (de las conocidas alfombras), Pilar Pérez Companc (del grupo Pérez Companc), Cristiano Ratazzi (del grupo Fiat), Carlos Tévez (lejos de su origen). Apenas algunos de alrededor de cien que se presentaron a la justicia para que les evite pagar. Muchos de ellos en sus medios o en declaraciones públicas se conduelen de los pobres.
Con una inflación descontrolada, con una caída del PBI en los últimos tres años cercano al 15%; con una pobreza insultante que se encamina al 50%, con un piso de $ 60.874 al mes de marzo para no ser pobre (dos mayores y dos menores) y $25.865 para no ser indigente, no se puede ni se debe reducir a la ineficacia con patéticas miserabilidades la única herramienta eficiente para salir de una situación de catástrofe que es la política.
Más allá de los recaudos verbales que la palabra provoca, estamos en guerra contra el virus. Como en Malvinas, donde sólo en el sur del país y en las islas se vivió la guerra. En el resto del país se siguió viviendo como si la guerra no se libraba. Se jugaba al fútbol, los cines y teatros abiertos, se participaba de un Mundial, la vida cotidiana discurría normalmente.
Hoy, una parte importante de la población toma los recaudos para no ser socio del virus. Pero hay otra porción importante que atraviesa las clases sociales, lo ignora o en forma omnipotente considera que no será infectado. Los de mayores ingresos inconscientemente piensa que su poderío económico es una vacuna contra el virus. Eventualmente se ilusionan con contar con la protección de una prepaga que llegado el momento no les servirá. Los de menores ingresos están justificados por la necesidad de sobrevivencia. Pero no lo están en el mal uso del barbijo o no respetar la distancia social.
Si no hay una conciencia mayoritaria y colectiva, el virus nos seguirá infligiendo derrotas como la de Malvinas.
Jugar a la ruleta rusa es un juego mortuorio. No confundir con la vacuna rusa que apuesta a la vida. Si la ruleta rusa es practicada individualmente, es una práctica suicida en el espacio del libre albedrío. Pero un gobernante no debe hacerlo. No es admisible la necro política. Si sale la bala, su carrera política puede truncarse, pero eso no tiene mayor significación. Esa bala produce miles y miles de muertos fruto de sus decisiones suicidas. Con aciertos y errores la Argentina ya ha superado los 60.000 muertos. La segunda ola se llevará muchos más. No se puede ayudar al virus. Los que hagan alianza con él, pensando que cuando peor, mejor, están colocando el revolver en la sien de la sociedad. La política no debe cumplir ese deleznable papel. Entre otras cosas porque oxida el principal instrumento. La política adecuada es a la sociedad lo que la vacuna es a la salud.