Por Gabriel Fernández, conductor de «Terapia de Grupo»
Cuando señalamos que Arturo Jauretche dejó una obra intensa y profunda, no relevable por otros importantes autores en el orden local y mundial, hacíamos referencia a los elementos subyacentes que quedan en el lector y sirven para analizar el presente, para desarrollar interpretaciones filosas y situadas.
En modo alguno intentamos retomar textualmente las polémicas de varias décadas atrás; absorbemos el modo de encararlas y el lugar desde el cual el pensador atravesaba su realidad para dinamizar con la mayor profundidad posible los sucesos actuales, tomando en cuenta el rumbo general y aceptando que el mismo se despliega en un movimiento continuo.
Es en casos como el de las revelaciones y acusaciones sobre la dirigencia de la Federación Internacional del Fútbol Asociado (FIFA) donde se percibe claramente la ausencia del forjismo en la densidad argumental, aún cuando Jauretche jamás haya hecho referencia al tema ni le interesara un pito la reyerta interna de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA).
La cuestión es otra. En principio, es pertinente desconfiar de justicias transnacionales que en verdad residen en el Norte. Lo hemos señalado en referencia al juez Baltasar Garzón y ahora nos referimos a la jueza Loretta Lynch: admitir la extraterritorialidad de una jurisdicción en un caso, genera la dificultad de sentar precedente sobre otras causas.
De hecho, la Argentina padece una injusta persecución económica por parte del juez Thomas Griesa. Claro, se puede argüir que en todos los casos las finanzas y la política de los países sede de cada magistrado están involucradas; pero resulta ostensible que resulta preciso evaluar que el entorno condiciona y que los mencionados están contratados por sus respectivos Estados.
Esto es así aun en el caso de Garzón, quien colisionó con segmentos franquistas del Poder Judicial hispano. Con nitidez lo observó Fidel Castro: este juez castiga con fundamento a un militar argentino, luego persigue a militantes vascos y finalmente nos acusa a los jefes de Estado latinoamericanos por “dictadores”. A otro perro con ese hueso. La Argentina, felizmente, juzga y castiga a sus responsables del terrorismo de Estado. Esto lo añadimos nosotros.
La continuidad de este artículo es incómoda. Podría pensarse que estamos defendiendo dirigentes y empresarios que acumularon ganancias extraordinarias en la FIFA. Esto no es así. Solo queremos poner en cuestión el derecho norteamericano de adentrarse bruscamente en el mundo futbolístico con una pasión no registrada para analizar delitos financieros que hundieron su propia economía y la de sus aliados europeos.
Veamos. Inglaterra se postuló para organizar el Campeonato Mundial 2018; resultó escogida Rusia. Los Estados Unidos se propusieron para organizar el Campeonato Mundial 2022; venció en la pugna Qatar. Entre la no ganancia que implica quedar fuera de este último torneo y el impacto político cultural planetario que aprovechará la potencia euroasiática, habría que buscar las razones de la inusitada búsqueda de transparencia norteña.
Como si esto fuera poco, las gigantescas ganancias que brinda el fútbol en el orden mundial, son canalizadas hacia una transnacional como FIFA, en la cual el poder de presión estadounidense se ve limitado. Numerosas federaciones de países modestos, conocedoras de los ajustes y los recortes impuestos por el Norte cada vez que se hace cargo de una gestión, prefieren negociar discretamente con las actuales autoridades futboleras y refrendarlas con su voto.
Para ver claro: los aportes de la FIFA hacia las Islas Caimán, como denuncia el valiente matutino La Nación, aún no originaron un solo estadio deportivo; bien, pero esos aportes han permitido que Honduras llegara a un Mundial, que los países africanos en lugar de ser sólo productores de jugadores forjaran combinados competitivos, y que este deporte se difundiera por todo el planeta con mayor o menor vértigo.
Algún incisivo podrá preguntar ¿y para qué? Ahí entramos en otro debate, que explica el sentido hondo de la satisfacción progresista ante el accionar de la honradísima jueza negra Lynch, abanderada de algo. Si se evalúa que el fútbol es el opio de los pueblos y que todo es una gran maniobra para que las masas no piensen en la revolución, estamos listos. Mientras peor, mejor, y que se queden con la FIFA los norteamericanos y los europeos.
Ahora bien. Como no resultó lo del Caso Nisman, varios sectores locales intentan ligar la investigación con el fútbol local, trazando una secuencia muy interesante: Gobierno Nacional, Julio Grondona, TyC. De ahí que estén interesados –en un arrebato justiciero tan veloz como el de la jueza en cuestión- en “indagar” la fortuna del viejo y más o menos muerto jefe afista, con el objetivo final de reprobar los acuerdos que llevaron a la configuración de Fútbol para Todos.
En esa dirección no vamos a abundar, pero si queremos refrescar el planteo efectuado tras el deceso de Grondona:https://lasenialmedios.blogspot.com.ar/…/dos-articulos-de-la… . Allí se verá que el esquema de construcción grondoniano es semejante al impulsado desde la Federación mundial: nadie tiene la vaca atada, se distribuyen los recursos no sólo entre los «grandes» sino hacia abajo, gestando obras y competitividad en instituciones «inviables».
¿Nos sigue? Los liberales llamarían al accionar de AFA – Grondona y FIFA – Blatter como «déficit fiscal», porque mientras acumulan beneficios para ellos (absolutamente cierto) distribuyen entre sectores no calificados en lugar de priorizar específicamente a los primeros de la lista. Básicamente, debido a este esquema es que hoy tenemos jugadores que surgen de todos los clubes del país, grandes y chicos, y el mundo tiene tantas selecciones en busca de protagonismo.
Los Estados Unidos y Europa no van por la Justicia en el mundo del Fútbol. Van por el control y el ajuste de la FIFA, a sabiendas de estar intentando hacerse de un negocio formidable, con el objetivo de acabar con la “demagogia” que implica su ampliación.
Ellos bien saben cerrar las puertas y “distribuir” entre sus asociados. De allí que Loretta Lynch blandiera aceleradamente la espada de la moralidad; de allí que todas las susanitas sin Jauretche, al conocer algunas cifras, dijeran “¡Qué barbaridad!” en lugar de preguntarse ¿a quién beneficia esta movida?