Cualquiera ha escuchado a alguien que se presume inteligente decir sin inhibiciones con el silencio o aprobación de los interlocutores: “este es un país de mierda”.
Incluso está convalidado que los usuarios de esta frase posan como observadores agudos y muy inteligentes. La segunda parte de esta aseveración es la comparación. Todos los países del planeta son mejores. Poco importa que el declarante los conozca o no. Somos en esta descripción algo así como la concentración de todas las miserias y defectos del planeta. La subestimación de lo propio abona el terreno a la sobrevalorización de lo extranjero. Ya lo expresó Jorge Luis Borges cuando en ocasión de la liberación de París de la ocupación nazi se realizó una gran manifestación en Buenos Aires, conformada por ciudadanos de clase media y alta, nuestro máximo escritor, integrante de este sector poblacional de sobrevaloración de lo ajeno y antipopular dijo: “Pude apreciar que una manifestación colectiva puede llegar a no ser innoble”.
Hay una educación en todos los niveles que orienta en ese sentido. Nuestra cultura está penetrada por el falso axioma sarmientino de Civilización y Barbarie. Civilización es el poder económico preferentemente extranjero; y la barbarie es lo popular y nacional. Expresan con cierto asco ser un país subdesarrollado y adhieren a políticas que lo condenan a serlo eternamente. Sienten un profundo malestar por el nacionalismo propio, pero tienen orgasmos por el nacionalismo ajeno. Un tal Vladimir Ilich Ulianov decía: “Estar en contra del nacionalismo del país oprimido es estar a favor del nacionalismo del país opresor”. Muchos de los actuales cultores del país de mierda se sentirían representados, lo sepan o no, por los unitarios exiliados en Montevideo que se aliaron a las flotas imperialistas anglo-francesas que bloqueaban el puerto de Buenos Aires en 1838 y 1845 y querían declarar internacional al Rio Paraná. Muchos se volvieron equivocadamente nacionalistas cuando se sintieron maltratados por los argentinos exiliados, que desde el exterior denunciaban la violación de los derechos humanos, las desapariciones, el robo de bebes, las torturas, los campos de concentración. Ahí sí inducidos por el gobierno establishment militar y medios nacionales cómplices y extranjerizantes enarbolaron las pancartas de “Los argentinos somos derechos y humanos”. Sólo se sienten orgullosos con los éxitos deportivos.
Esta trampa tiene otro integrante que la fortalece: es la historia falsificada mitrista, capaz de mezclar el agua y el aceite y afirmar que no se separan. Coloca en la misma línea histórica a un entregador como Rivadavia y a un patriota como San Martin. Un representante de los intereses porteños, de la patria chica, con la expresión de la idea de la Patria Grande. El cultor de “este país de mierda” ignora que expresaban dos proyectos de país distinto pero recordará y además admirará que Mitre escribió que “Rivadavia fue el más grande de los argentinos. El hombre que se adelantó a su tiempo”. Jauretche lo desnudaría afirmando en su “Manual de zonceras argentinas” que fue “un macaneador a destiempo”. Admirar a Rivadavia hoy sería el equivalente de pedir una estatua para Alfredo Martínez de Hoz o Domingo Cavallo. Y por qué no, dirá el denostador de este país de mierda si con Martinez de Hoz conocí el mundo y en Miami cultivaba “el deme dos”. “Y con la convertibilidad volví a viajar y estaba orgulloso de un peso un dólar”. Luego las consecuencias catastróficas de ambos períodos no los registra y se los endosará a eso que detesta que es el populismo, el verdadero culpable de que este sea un país de mierda.” Ese populismo que insubordinó a los trabajadores, que elevó la condición social de los pobres. Expresará enfático “A los que le dieron derechos y no se los educó en sus obligaciones.” Es tributario de una enseñanza que elogia a los que denigran. Los denigrados son los que emergieron con el populismo, a los cuales un desubicado, precoz odiador, calificó de “Aluvión zoológico”. Los denigrados ocuparon en la década del cincuenta Mar del Plata y entonces, los antiguos usufructuarios de la ciudad tuvieron que desplazarse hacia Punta del Este o Pinamar para mantener las diferencias. “Porque esos son cabecitas y nunca dejarán de ser cabecitas, y además si el cabecita se ubica en el mismo escalón ¿cómo nos diferenciamos?”. “Seguramente hicieron asado con el parquet y constituyen la barbarie contemporánea.” Nuestro más importante escritor reconocido mundialmente, afirmará que “el aguinaldo es una inmoralidad porque no se puede trabajar 12 meses y cobrar por trece”. Para evitar situaciones tan embarazosas el cultor del país de mierda debe apoyar entusiastamente a gobiernos que sostienen que a la educación pública no se la elige sino que en ella se cae; o que un pobre no puede llegar a la universidad. Y por eso ante la evidencia de que las universidades del conurbano se llenan de jóvenes que son los primeros de una familia que acceden a la universidad, es otro motivo para sentir un rechazo visceral hacia el populismo que intenta igualar muchas veces lo que por ley natural sostiene, no debe ser igualado. En definitiva, no es que la Argentina sea un país de mierda sino que el que así califica, elige gobiernos que intentan convertirla en un país de mierda.
DEL PEOR SARMIENTO AL COHERENTE MITRE
Junto con el axioma de civilización y barbarie que atraviesa la educación que recibimos todos los que cursamos los distintos estamentos educacionales, Sarmiento es un escritor notable, un político realmente preocupado por la educación pública que llega a la presidencia cuando los comerciantes importadores y los hacendados de la provincia, con intereses diferentes, en las primeras décadas del siglo XIX empiezan a homogenizarse y pasan a constituir la oligarquía. Junto con sus virtudes, Sarmiento tiene discursos que hoy expresan las clases altas y muchos segmentos de las clases medias. El docente se adelantaba 162 años a quienes consideran que este es un país de mierda, porque tiene gente de mierda: “Una dañosa amalgama de razas incapaces e inadecuada para la civilización. Los argentinos somos pobres hombres llenos de pretensiones y de inepcia, miserables pueblos, ignorantes, inmorales y apenas en la infancia. Somos una raza bastarda que no ocupa, sino que embaraza la tierra.” (El Progreso, Chile, 27/9/1844). “En las provincias (argentinas) viven animales bípedos de tan perversa condición que no sé qué se obtenga con tratarlos mejor” (informe a Mitre, 1863).
Sobre los pueblos originarios su receta era el genocidio: “¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa calaña no son más que unos indios asquerosos. Su exterminio es providencial y útil, sublime y grande, (…) sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado”. (El Progreso, 27/9/1844).
En su discurso en el Senado de Buenos Aires, el 13 de septiembre de 1859 afirmó: “Si los pobres de los hospitales, de los asilos de mendigos y de las casas de huérfanos se han de morir, que se mueran, porque el Estado no tiene caridad, no tiene alma. El mendigo es un insecto, como la hormiga. Recoge los desperdicios. ¿Qué importa que el Estado deje morir al que no puede vivir por sus defectos? Los huérfanos son los últimos seres de la sociedad, hijos de padres viciosos, no se debe dar más de comer.”
Bartolomé Mitre perpetró múltiples asesinatos en las provincias de los caudillos que se oponían a su política de arrasamiento respondiendo a los intereses de los comerciantes importadores del puerto de Buenos Aires, en estrecha relación con Inglaterra; y luego de conseguirlo comandó los ejércitos de la nobleza portuguesa asentada en el Brasil, y los comerciantes importadores de Montevideo y Buenos Aires y cometió un genocidio exterminando dos tercios de la población paraguaya, lo que le llevó casi cinco años, tarea que pensaba concluir en tres meses. Es que Paraguay era el estado más desarrollado de América Latina con ferrocarril inaugurado en 1861 y el alto horno de Ibicuy, la primera fundición de Latinoamérica que permitía fabricar herramientas y armas. Con telégrafo y los astilleros de Asunción, los más importantes de Sudamérica. Todo ello sin haber contraído una libra esterlina de deuda externa.
Después el fundador de “La Nación” dio vida a su guardaespaldas, que ha sido el diario La Nación. Mitre y Sarmiento coinciden en el exterminio del Chacho Peñaloza. El maestro le escribe a Mitre: “Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla en expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses”. Los esbirros de Mitre cumplieron el deseo de Sarmiento, colgaron su cabeza en una pica en Olta, mientras que Sarmiento, como gobernador de San Juan, recibió a la compañera del Chacho, Victoria Romero, después de ser tomada prisionera y torturada la obligó a barrer la plaza de la ciudad durante varios días, arrastrando las cadenas que sujetaban sus pies y condecoró a Pablo Irrazábal, uno de los coroneles de Mitre, por el asesinato del Chacho.
Las clases medias y altas fueron educadas incorporando a su patrimonio cultural que la civilización eran Mitre y Sarmiento y la barbarie era el Chacho Peñaloza. Así toda la visión del presente se distorsiona porque la historia está dada como un sistema para no entender el devenir contemporáneo. Triunfaron en el siglo XIX los civilizados que tenían aspectos bárbaros y fueron derrotados los que son presentados como bárbaros que eran mucho más civilizados que aquellos. Y muchas décadas después irrumpen los descendientes de los derrotados del siglo XIX, como cabecitas negras, como obreros industriales. Así las clases altas y buena parte de las clases medias lo viven como un regreso de la barbarie. No hablan ellos, sino que son hablados por una educación donde impera el pensamiento de Mitre y Sarmiento. Rivadavia fue el antecesor de Mitre en la defensa de los mismos intereses.
En cambio, Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar, propone un proyecto educativo que nos haga americanos y no europeos y una pedagogía que, a su decir, “sea para la vida” y nos permita ser constructores de ese proyecto.
La extranjerización cultural cuenta con un protagonista fundamental que la postmodernidad ha enviado a la papelera de reciclaje: el imperialismo. Al respecto escribió hace muchos años el político, ensayista e historiador Jorge Abelardo Ramos: “Es preciso admitir que el imperialismo actúa en las colonias y semicolonias de una manera combinada y no puramente económica y financiera. No sólo vence, sino convence; vale decir, no controla únicamente las llaves maestras de la existencia nacional de la que extrae dividendos, sino que necesita instrumentos de dominación más sutiles pero no menos poderosos para producir en paz esos dividendos. La creación de una mitología antinacional, el estímulo a todas las formas culturales de autodenigración, la benevolencia y el apoyo hacia todas las expresiones de la cultura importada y un interés desmesurado hacia las creaciones del espíritu europeo… son los rasgos fundamentales del trabajo imperialista en la órbita cultural”.
La falsificación de la historia como política de la historia según la expresión de Arturo Jauretche, puede ser ejemplificada con lo que sucedió con los bebes apropiados durante la dictadura establishment-militar. A esos argentinos se le expropió su historia y se la reemplazó por otra falsa. Crecieron pensando que sus apropiadores eran sus padres y los verdaderos padres les eran desconocidos y todos quedaban estigmatizados sin más, como la subversión. Cuando fueron restituidos y accedieron a la verdadera historia, la inmensa mayoría de ellos recuperaron sus orígenes, su historia y sintieron que a partir de la verdad fueron liberados de una historia falsificada y que los apropiadores, más allá del cariño que en algunos casos les habían dispensados, el amor, la verdad, nunca pero nunca pueden originarse en el delito y la mentira.
A los argentinos, y se puede extender a los latinoamericanos, nos contaron, nos enseñaron una historia falsa que en muchos casos es el equivalente a la de los apropiadores que fueron presentados como héroes impolutos. Cuando hablamos del pasado, siempre estamos analizando el presente. Como afirmaba George Orwell: “Quién controla el presente, controla el pasado y quién controla el pasado controlará el futuro”.
Como actúa esta predica sobre sectores medios y medios bajos, posicionándose generalmente contra sus propios intereses, puede sintetizarse en una caracterización que circuló por internet entre las PASO del 2015 y el triunfo de Mauricio Macri en el 2015 y que periodista Eduardo Aliverti recuperó en su editorial del 10 de mayo del 2021: “Hay que hacer un estudio sociológico y psicológico sobre la gente que vive como clase media-media y baja: se indigna como rico; escribe como politólogo, responde como apolítico; cobra como empleado; discute como dueño; postea como budista y contesta como Violencia Rivas”.
ESTE NO ES UN PAÍS DE MIERDA
La enorme inmigración que generosamente recibió el país de 1880 a 1914, produjo un corte en la transmisión de la historia en forma oral y quedó el camino allanado para imponer la historia oficial.
Este no es un país de mierda. Un país que puede mostrar la pasión e inteligencia de Mariano Moreno, la pluma apasionada de Bernardo de Monteagudo, la gesta notable de Belgrano y el Éxodo Jujeño; el patriotismo gigantesco de Juana Azurduy -que perdió cuatro hijos de los cinco que tuvo por las condiciones inhóspitas en que desarrollara su lucha por la independencia, la muerte de su compañero guerrillero Manuel Asencio Padilla, un caudillo de la magnitud de Manuel Dorrego-; la hazaña mundial de San Martín y el cruce de los Andes. Un país nunca será de mierda cuando rechazó dos veces, en 1806 y 1807, la invasión de la primera potencia de la época, que luego se reiteró en 1838 y 1845 nuevamente con Inglaterra a la que se le agregó Francia. El que incorporó la inmigración y luego encontró en la lucha de Hipólito Yrigoyen su acceso al voto obligatorio y secreto. Un país no es ni será un país de mierda con universidades del mayor nivel, con el Manifiesto Liminar de la Reforma que se extendió por toda América Latina y se corporizó en el partido APRA en Perú. Un país no es ni será de mierda si fue capaz de protagonizar el 17 de octubre; un país que forjó la sociedad más igualitaria, la de mayor nivel cultural, con una capital que compite en actividad cultural con Nueva York y París, con salud y educación gratuitas, con el mayor nivel en energía atómica, con científicos de primer nivel valorados internacionalmente, que puede poner un satélite en el espacio, fabricar desde reactores nucleares a vacunas, que es capaz de forjar su mejor historia en acontecimientos de la magnitud del Cordobazo y de las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001. Que tiene una literatura de primer nivel, cine de talento, cinco premios Nobel, figuras de repercusión mundial como El CHE y Eva Perón; símbolos planetarios como las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo; estadistas como Juan Perón, deportistas en todas las actividades reconocidos mundialmente como Juan Manuel Fangio, Guillermo Vilas, Gabriela Sabattini, Luciana Aymar, Pascual Pérez; futbolistas de la talla de Alfredo Distéfano, Diego Maradona, Leonardo Messi; autores teatrales como Roberto Cossa, Griselda Gámbaro, escritores como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Leopoldo Marechal, Ernesto Sábato, Juan José Saer, entre tantos otros, aviadores, soldados, enfermeras y algunos oficiales que hicieron maravillas durante la guerra de Malvinas. Sólo una pequeña y arbitraria lista de miles que podría llenar una enciclopedia.
La subestimación propia y la sobrevaloración ajena llegó al clímax durante la pandemia. Y siempre aparecen y se potencian los que denuestan al país por ignorancia adquirida, que lo consideran un hotel como si fuera un lugar de paso, que se enorgullecen de irse, que pondrían colorado a San Martín, montaría en ira a Evita, enmudecería la verba encendida a Castelli, apenaría hasta el llanto a Juana Azurduy, mataría de indignación a Juan Martín de Güemes, llevaría a que Belgrano ocultara su rostro en la bandera que creó, le dolería a Bernardo de Monteagudo mucho más que el puñal que lo asesinó en una oscura calle de Lima, se mirarían estupefactos French y Beruti que convocaron a los que se concentraron frente al Cabildo un 25 de mayo de 1810, montarían de ira los 78 soldados del ejército de San Martín, los únicos que volvieron de su gesta libertadora latinoamericana de los 5000 que partieron, arrancaría lágrimas de impotencia a María Remedios del Valle que en algún momento fue la Madre de la Patria, una de las niñas de Ayohuma; Hipólito Yrigoyen repetiría su conocida frase de “patéticas miserabilidades” y le dolería a Perón mucho más que los denuestos, la proscripción y el exilio que padeció.
Tranquilos. Por ellos, por tantos otros, por los protagonistas de las montoneras del siglo XIX, por los actores del 17 de octubre y del Cordobazo, por los que dieron la vida regando con sus luchas y su sangre esta tierra nuestra, la Argentina no es ni será un país de mierda, salvo que los que la consideran un hotel de paso, los que se asumen europeos que padecen el país como un doloroso exilio, con un poder económico que gana acá pero sus excedentes los fugan, con medios que son la justicia mediática, con una justicia que es la última trinchera del círculo rojo, finalmente ganen un conflicto de 211 años.