(Por: Doretta Cattedra – Conductora de Viajando con los Cinco Sentidos) – El 12 de Diciembre de 1992, los restos de Pablo Neruda y de Matilde Urrutia, fueron trasladados a Isla Negra en Chile.
Pablo Neruda coleccionaba mascarones de proa, botellas, copas y objetos insólitos. Diseñó su casa como si fuera un barco, con vista al mar. Este tesoro lo donó a su pueblo antes de morir y hoy, el Museo Casa del Poeta es uno de lo más visitados.
“Compré hace varios años esta casa de Isla Negra, en un sitio desierto, cuando aquí no había agua caliente ni electricidad. A golpes de libros la mejoré y la elevé”. Este pequeño párrafo de su obra “Confieso que he vivido”, es sólo uno de los tantos que Pablo Neruda escribió para sintetizar lo mucho que amaba y gozada este lugar increíble, situado entre las rocas y el mar.
Esta casa es hoy- a pesar de los 110 Km que la separan de la capital chilena- uno de los museos más visitados. Tal vez porque el genio del poeta se prolonga en el tiempo y en cada uno de sus rincones.
Subt. Ni isla ni negra
Entre la arboleda que conduce a la casa, se descubre un laberinto de madera y piedra tan sorprendente como el lugar que eligió para levantar su refugio, allá por el año 1939.
Por entonces, esa zona a orillas del Pacífico se llamaba Córdova. Una casa a medio construir sobre el acantilado se destacaba por su privilegiada ubicación.
Flechado por esa visión maravillosa del océano estallando entre las rocas, Neruda se la compró a su dueño, un marino español. Como no le gustaba el nombre de esa pequeña aldea, con la complicidad de un amigo pintor se encargó de borrarlo de todos los letreros indicadores, rebautizándola Isla Negra. Un nombre nuevo al que ninguno de sus pobladores opuso resistencia.
Así comenzó la historia de Isla Negra y como en un juego de rompecabezas, el poeta fue armando la casa a su medida.
Neruda era un marinero, pero en tierra. De allí que a esa estructura de madera y piedra, le agregó otros cuartos con amplios ventanales con vista al mar, pasillos y escaleras, todo para sentirse comandante de ese barco perdido en la inmensidad del Pacífico.
En las habitaciones principales- como la sala de estar y el comedor- las ventanas tienen cristales rojos, amarillos, verdes y azules, a través de los cuales seguramente el ojo del poeta se deleitaba con las coloridas perspectivas que el mar le ofrecía.
Subt. De colección
Como todo coleccionista, amaba cada uno de sus objetos, desde el más simple y pequeño hasta el más grande e insólito. Así fue como la casa se transformó en el cofre de sus recuerdos y sus más preciados tesoros. Caracoles nacarados de los mares más lejanos, barcos en miniatura dentro de botellones, botellas de todos lo tamaños y formatos y todo lo que provenía o tenía alguna relación con el mar, pasaba a formar parte de su casa y de su vida.
Pero seguramente, su colección de mascarones de proa es la que más sorprende. Neruda los ubicó en una gran sala que miraba hacia al mar, lugar de donde provenía cada uno.
Sorprendidos y como desafiando aún la bravura de las aguas, entre los muchos que allí se exhiben se destacan por ejemplo, los denominados Medusa y María Celeste, junto a Guillermina (su preferido) y Jenny Lind, la primera pieza de esa colección.
A Neruda le gustaba agasajar a sus amigos con tragos exóticos y bebidas de todo el mundo, de allí tal vez el motivo de la numerosa colección de todo tipo de botellas y copas. Este ritual se refleja en el bar, en cuyas vigas de madera él mismo grabó el nombre de cada uno de sus amigos, sin importar si eran famosos o no. “Eran mis amigos y punto”, decía siempre.
Su gran sentido del humor lo llevaba a romper con toda formalidad. Por eso no sorprende por ejemplo que el baño tenga un inodoro tapizado con naipes antiguos o que en la sala de estar, el principal protagonista sea un caballo embalsamado, rescatado de un incendio en una talabartería de Temuco, su pueblo natal.
En uno de sus estudios, quiso experimentar las mismas sensaciones que le provocaban en su infancia el ir y venir de las olas, así como el ruido de los aguaceros del sur sobre los techos de chapa. Así fue como Neruda decidió que ese cuarto debía tener un techo de cinc y un escritorio armado con algún tesoro rescatado del mar. Pacientemente, esperó durante meses ese regalo del océano y una mañana, avistó desde su ventana una vieja puerta que flotaba dificultosamente hacia la villa. Mientras corría hacia la playa, le gritó a su esposa “Matilde, ¡ahí viene mi escritorio!” Y el mar, obediente a sus deseos, lo depositó prácticamente a sus pies.
Subt. A su memoria
Amado por su obra y combatido por sus ideas, no le temblaba el pulso para refutar a sus detractores, sobre todo a aquellos que irónicamente comparaban su lujosa vida con la de los pobres que tanto defendía. Así fue que escribió a modo de mensaje póstumo “Hay muchos que no pueden tolerar que un poeta haya alcanzado, como fruto de su obra publicada en tantas partes, el decoro material que merecen todos los escritores, todos los músicos, todos los pintores. Para ponerlos más coléricos, regalaré mi casa de Isla Negra al pueblo, y allí se celebrarán alguna vez reuniones sindicales y jornadas de descanso para mineros y campesinos. Entonces, mi poesía estará vengada”.
La película que muestra Isla Negra
“El Cartero”, basada en la obra teatral “Ardiente paciencia” del chileno Antonio Skármeta, relata las aventuras del joven cartero de Isla Negra que le pidió ayuda a Pablo Neruda para conquistar a la esquiva muchacha de sus sueños. En esta recordada película que fue exhibida en todo el mundo, el personaje del poeta chileno fue interpretado por el actor francés Phillipe Noiret, cuya figura corpulenta y bonachona se parecía bastante al escritor.